Los datos del mundo y del Uruguay difieren. El escalofriante dato de que nada menos que 1.300 millones de personas viven aproximadamente con menos de 1 dólar al día nos lo dice todo en cuanto a que si no se actúa con contundencia, el objetivo del milenio de acabar con el hambre en el mundo y con la pobreza extrema, propuesto por la Organización de las Naciones Unidas, estará lejos de cumplirse.
Sin embargo, cuando se difunden en nuestro país los datos de pobreza parece como si un interés de maquillar cifras se impusiera, y siempre aparecerá en los informes de gobierno un costado optimista y esperanzador.
El diputado Lust suele afirmar en sus conferencias que hay que partir de la base de que la humanidad ha sido y es pobre desde siempre, con lo que pone entre paréntesis todo cuanto pueda concluirse en cuanto a las medidas que es necesario llevar a cabo para que el país camine hacia la prosperidad.
Desesperan las imágenes de niños aquí mismo a la vuelta de la esquina sin necesidad de buscarlas en Uganda, en Ucrania o en Gaza. Y sin embargo nos resistimos a admitir que los pichis que tanto molestan no son ni más ni menos que nuestra propia creación.
Las propuestas electorales que están empezando a multiplicarse hablarán del tema.
La izquierda insistirá en responsabilizar al gobierno y el gobierno buscará ejemplos de ayudas. Pero: ¿lo dicen en serio? Si es así, no se nota.
Algunos van más lejos y aplican un razonamiento fatalista: si alguna vez Uruguay alcanzara una prosperidad envidiable en la región, no lograría otra cosa que generar invasiones de inmigrantes como los que sufren las fronteras entre países pobres y desarrollados. Y así, los peores de Argentina y Brasil llegarían a instalarse para volver a producir el problema de la marginalidad.
Hemos retrocedido en casi todo en los últimos 30 años. Se nota en las calles, en la violencia, en la forma de vestir, en el descuido generalizado, en los índices de la enseñanza, en la música, en la ausencia de respeto y hasta en la amabilidad perdida, que todas juntas provocan una mezcla de estrés, angustia y desencanto.
Cada tanto, internet muestra entre tanta mediocridad pinceladas de otras épocas donde los humanos de entonces priorizaban el arte, la escultura y la belleza en todas sus formas. No tenían la tecnología de nosotros, pero lograban emocionar con formas y colores. Y también (es cierto) internet también cuela entre sus páginas trozos de pensamientos, reflexiones y consejos que quizá se olvidan pronto. Nosotros preferimos pensar que si uno solo de ellos surte efecto, entonces será el mejor premio para quién lo publicó.
Cabe entonces cerrar en este nacimiento de año confiando en que algo sucederá para que las tendencias se reviertan como le ha sucedido a otras naciones en otras épocas. Es lo menos que merecemos, pero para ello tendremos que ser más exigentes con quienes desde los cargos de gobierno, tienen en sus manos la potestad de cambiar. Pero no se les ve con ganas.